541. Al calor del
hogar.
En estos días de adviento previos ya a la navidad quisiera
escribir sobre Jesús. Quisiera escribir de ese Jesús tan nuestro, mío y tuyo, y
que tan vivamente se representa en el Belén, entre: bueyes, ovejas, pastores, camellos,
magos y todo tipo de personajes.
Ese Jesús, que -al ser nuestro Creador-:
·
Pudo llegar a esta tierra de los hombres de una manera
llamativa, asombrosa, contundente, espectacular, brillante.
·
Pudo llegar como un poderoso o un conquistador o como
un Rey.
Pero no, no lo hizo: ¡Él así no vino!
Él, tú Dios y el mío, y el de cada uno: Vino como un hijo,
del vientre de una madre, y en un hogar. Eso sí: un hogar cálido, entrañable,
acogedor.
Jesús nació en un hogar:
•
De padres pobres y humildes. De padres sencillos y
cordiales.
De
padres amables y virtuosos. De padres abnegados y serviciales.
¡Quizás de padres, con bastantes similitudes a los tuyos o a
los míos!
Y dice el Santo Padre. Hoy también: ¿Por qué no? el Padre
Santo, ya que estamos en este ambiente navideño, en este ambiente paternal y
maternal de un hogar cristiano, en donde la afabilidad y la bondad brotan a
borbotones como el agua clara y fresca de un manantial de tierras frondosas.
Nos dice el “Padre Santo”:
•
Esto es importante: contemplar vivamente en el belén
esta escena tan hermosa.
Ahora el Papa nos introduce más aun en esta dinámica de
compromiso amoroso, en ese hogar:
•
La familia de Nazaret nos compromete a redescubrir la
vocación y la misión de la familia, de cada familia.
Y continúa diciendo Francisco, abrigándonos más en la cordial
acogida, arropándonos más aun en nuestras inquietudes y deseos:
•
Cada familia cristiana, como hicieron María y José,
ante todo, puede acoger a Jesús, escucharlo, hablar con Él, custodiarlo,
protegerlo, crecer con Él; y así mejorar el mundo Esta es la gran misión de la familia: dejar
sitio a Jesús.
Tenemos que acoger a Jesús, acogerlo en la familia y con la
familia, en los hijos, en el marido, en la esposa, en los abuelos… Jesús está
allí.
Acogerlo allí, para que crezca espiritualmente en esa familia.
¡Por qué sin Cristo! ¡Sin Él!, la familia anda cojeando,
tambaleándose, sin fuerza, sin solidez, sin principios; y vienen las rupturas,
los malos tratos, las discordias, los desacuerdos, las mentiras, los embrollos,
los mal entendidos, las desilusiones, las tristezas y al final el amargo sabor
de la desalentadora derrota: ¡Lamentable verdad!
Y esto sucede porque nuestra vida sin Cristo se llena de
vacío, de egoísmo, de iniquidad, de tormentosas veleidades funestas y a su vez se
pierde el rumbo, la guía, el camino.
Publicada en Diario JAÉN 4 de diciembre de 2017