610. Una
Aurora de amor y belleza.
Para
que las buenas gentes de Ávila, Burgos, León y de toda Castilla puedan saborear
la singular belleza de la semana Santa Granadina, y en ese paraje inconfundible
del Albayzín. A ellas, a los castellanos que, como ningunos, saben descubrir la
hermosura espiritual de los acontecimientos populares va dedicado este relato:
Tarde
de primavera.
Jueves
Santo.
Tenue
olor a azahar.
El
humo del incienso se mete por cada rincón de las estrechas y empinadas calles.
El
Albayzín se viste de fiesta.
De
San Miguel bajo viene una Aurora:
·
Es
una Aurora de paz, amor y belleza.
Es una “Aurora
boreal”.
Un ser Celeste incrustado
en la belleza inigualable de un indescriptible paraíso terrenal.
Las
pendientes de estas calles parecen torrentes por los que circula apretadamente
la gente.
La
bulla se apelotona. El murmullo encaja en la gratitud de la escena. Todos
quieren llegar al sitio deseado.
La
Cruz de Guía aparece ante nuestros ojos. El cortejo comienza. Los cirios de los
nazarenos empiezan a pasar.
La
túnica impecable de cada uno llama la atención en esta tarde luminosa.
Otros
en señal de penitencia llevan una pesada cruz. Esa cruz que por amor llevan con
garbo.
¡Y
las mantillas! ¿Qué decir de ellas? Qué decir de esas mujeres que ataviadas con
esas bellas mantillas, mantillas de solemnidad y luto, engalanan el cortejo y
acompañan a la Aurora, a la Señora del Albayzín, a la Señora de Granada.
Y
todos, unos y unas, lo hacen llevados por la fuerza del amor. Un amor que brota
a raudales.
¡Y
mientras!: El corazón de los que contemplan la escena se estremece por la
belleza del cortejo y por la grandeza del sentimiento religioso.
Es
un espectáculo sin igual que roza el cielo y toca muy levemente la tierra.
En
muchos rostros van apareciendo las lágrimas al acercarse paso a paso y con impecable
armonía el palio, y en él: María.
·
La
Aurora celeste. La celestial Princesa.
La Señora. La hermosura
plena…
El
Señor, Jesús, ya ha pasado. Maniatado y humillado. Destrozado por el dolor.
Abatido por el sufrimiento. Es el escarnio total, dada la crueldad de los que
lo atormentan.
Él,
Nuestro Padre Jesús del Perdón, pasaba despacio, lo hacía con delicada ternura,
llevado con mucho amor por sus costaleros. Y todo ello ha dejado en nosotros
una huella:
·
La
huella de ese sereno semblante. Es Cristo.
Y
ha dejado una fuerza:
·
La
fuerza de su gran amor.
Y
además una pena, porque lo hemos visto abatido, roto, desecho.
Y
ahora muy cerca de nosotros ya: la Madre.
·
Es
la Aurora.
Es la Madre
del Dolor y de la Esperanza.
Es la Madre de
la Ternura.
La Madre de
las delicadezas. De esas delicadezas de la que el Papa Francisco nos habla.
Es la Madre de
las caricias y del cariño.
La Madre del Amor
Hermoso.
La Madre de la Vida. La
Madre.
Las
flores, venidas quizás de lejos y puestas con amor adornan su trono.
Decenas
de velas alumbran su rostro. Su rostro que resplandece como si de un inmenso manantial
de hermosura se tratara.
El
paso de blanco, todo de blanco. Un blanco que reluce en esta especialísima tarde
granadina.
No
cabe más dicha que la de poder contemplar tal cúmulo de belleza y hermosura.
El
arte se confunde con el amor, el amor se confunde con la belleza. Y todo forma
un enjambre de pasión encendida, de sentimientos emotivos, de grande y grata
plasticidad material y espiritual.
Al
contemplar el rostro de la imagen quedamos atónitos, atolondrados, exhaustos.
Y
rezamos. Rezamos serenamente dejando que nuestra imaginación vuele emocionada.
Tenemos tanto que pedir que el corazón se colapsa y la mente queda absorbida
por aquella vivificante contemplación. Cada detalle que observamos roza la
perfección. No cabe más.
Y
nos venimos abajo sumidos en la desolación:
·
Cuando
pensamos en aquellos familiares nuestros
tan queridos que ya no están.
Cuando
pensamos en la placidez emocional que nos ha producido siempre el cariño y la
amistad de nuestros amigos, de esos amigos que quizás ya no vivan junto a
nosotros.
Cuando pensamos también:
en el dolor, en el sufrimiento, en la marginación, en la violencia que sufren
millones de personas en este nuestro mundo de hoy.
Y
mientras, mientras, a nuestro lado, contemplamos los pies de los costaleros.
Esos
costaleros valientes y enamorados que llevan a María.
Y,
ante ellos, nos llenamos nuevamente de esperanza:
·
Es
la esperanza de saber que la vida vale la pena. Vale la pena. Y vale la pena, cuando
se vive por amor y con amor.
Y
mientras recorríamos con el pensamiento el porqué de nuestra existencia, entre
la bulla, en aquella calle estrecha, en aquel ambiente acogedor y cálido:
·
Se
oye una voz, una voz contundente. Es la voz del capataz que habla a los suyos, a
sus costaleros. Es la voz y la llamada precisa.
El
capataz con fuerza golpea el llamador. Una vez. Dos. Tres veces. Y tras los
golpes, esas bellas palabras que encienden el corazón de todos:
·
¡Vaaaamos!.
¡Eso es! ¡Al cielo con Ella! Y el repullo de la emoción forma un fuerte nudo en
nuestras gargantas, y la respiración se hace difícil, y la consternación lo
llena todo.
Ante
esto, no cabe más:
·
Es
el aire puro del perfecto amor.
Es la grandeza
de la vida.
Es la Aurora.
Es el Sacromonte.
Es, ese Albayzín, fruto divino de un humano y puro mestizaje.
Es
Dios que ha venido a quedarse un rato con nosotros:
·
Y
Él no se quiere ir.
Tú, yo:
dejémosle que se quede.
Hagámosle un
sitio: Él quiere.
Quiere estar, hoy y
siempre, contigo y conmigo.
Es
el momento:
·
Es
el momento de la pasión amorosa.
Es el momento
de la fe.
Es el momento
del compromiso.
Es el momento de
comenzar.
·
Este
es el momento: no te enfríes.
Ha
pasado por sus calles: la Aurora de Granada, y lo ha hecho con su implacable
grandeza.
Y
Ella: Aurora, y Él: Jesús del Perdón, siempre dejan huella.
Publicada en DIARIO DE ÁVILA Digital 18 de mayo de 2017