49 Lo aprendí de mi madre
Una
madre, un pilar solido de vida y amor
A lo largo
de la vida se aprenden muchas cosas, algunas muy buenas y otras desgraciadamente no tan buenas y además
aprendemos de mucha gente; pero las cosas que mejor recordamos son las que
hemos aprendido de nuestra madre y aun mejor aquéllas que aprendimos de niños. Mi
madre nació en Andújar. Jaén. España. El día del Perpetuo Socorro de 1928. Era
la más pequeña de cinco hermanas; quedó huérfana de padre a los siete años,
debido a los altercados previos a la guerra civil española. Su madre tuvo que
hacerse cargo de las cinco hijas, por lo que tuvo que pasar muchas penalidades.
Su hogar era un hogar cristiano, en donde se vivían las virtudes, algunas
heroicamente; en aquel hogar había: respeto, cariño, amor, educación, sencillez…
Los Padres Paules les habían inculcado unos valores espirituales y humanos que
hicieron que estas cinco mujeres fueran un ejemplo de: honestidad, honradez,
amabilidad, laboriosidad, feminidad, sacrificio y amor por todos y
especialmente por los pobres y los necesitados; sabían rezar y sabían querer, y
sabían atender a la gente con cariño y si era necesario con ternura. Pues de
ellas, y especialmente de mi madre, aprendí yo
esas virtudes. El sacrificio, como de mucha gente que tuvo que atravesar
el período de guerra civil en España, formó intensamente parte de sus vidas y
con el sacrificio adquirieron la reciedumbre, la fortaleza y el saber valorar
con alegría las cosas pequeñas de cada jornada. Mis vivencias de joven se
enmarcaron dentro de ese ambiente cordial que se respiraba en mi casa,
cordialidad que lógicamente habían adquirido mis padres a lo largo de su vida;
ellos supieron aprender, cada instante, de las vicisitudes de aquellos años
difíciles; y ese aprendizaje tenaz, de un día y otro, de penurias y
contrariedades, de sinsabores, pero también de muchas alegrías, dejó huella en
ellos y dejó huella en mi. Todo esto se llevaba adelante siguiendo el ejemplo
de Jesucristo; Jesucristo era para mi padre y para mi madre un modelo
inestimable sin el cual la vida no tenía sentido. Mis padres a cada instante
respiraban el sentido cristiano de la vida, y así lo aprendimos nosotros sus
seis hijos: cuatro varones y dos hembras; allí en el estanco de la Corredera Capuchinos,
junto a la calle Pablillos y frente a la calle San Lazaros. Muchas fueron las
oraciones que aprendí de boca de mi madre; pero siempre, en el momento de la
Comunión Eucarística, me viene una especialmente, una oración que dice así:
"Alma de Cristo santifícame, cuerpo de Cristo sálvame, sangre de Cristo
embriágame, agua del costado de Cristo lávame, pasión de Cristo confórtame, oh
buen Jesús óyeme, dentro de tus llagas escóndeme, del maligno enemigo
defiéndeme, no permitas que me aparte de
Ti, en la hora de mi muerte llámame y mándame ir a Ti para que con tus ángeles
te alabe por los siglos de los siglos, amén”. Y otra especialmente tierna, dice
así: " Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni
de día, no me dejes sólo que me perdería". Siempre al rezarlas me acuerdo
de ella. Y para terminar decir que los recuerdos, más importantes, que tengo de
mi madre son: su cariño, su dedicación incondicional a su familia, su amor a
los necesitados y su lealtad a sus creencias. Para ti Micaela un beso; un beso
filial y por amor, de tus seis hijos, pues has sido una “pieza” extraordinaria:
en el horizonte de nuestras vivencias, en la firmeza de nuestra fe y en el seguro
anclaje de nuestra tan necesaria esperanza.
Publicada en “Cartas al Director, Tu voz en la red”
Digital 5 de febrero de 2014
Publicado en Forumlibertas.com 12 de febrero de 2014