302 El dolor en las entrañas del cristianismo
En las
entrañas del cristianismo y de sus vivencias de cada día está el dolor. El que
no acepte el dolor, el que no entienda su significado, el que no sepa que día a
día tiene que vivir unido a él, es muy difícil que progrese en los compromisos
vocacionales de la fe en Cristo. La vida del hombre y de la mujer en la tierra
tiene un distintivo: “la cruz”, seamos o no cristianos: el sufrimiento, la
pobreza, la enfermedad, las contiendas, las guerras, el mal, la soledad, la
falta de entendimiento mutuo, la depresión, la muerte, todo eso existe. Si
somos cristianos lo veremos bajo la óptica de la fe y en la fe encontraremos el
porqué; si no lo somos el porqué del dolor será aun más difícil de resolver. El
otro día oí un relato que conmocionó mi existencia: En la II Guerra Mundial los
nazis ajusticiaron a tres personas en la horca, y un espectador, presente en
tan estremecedor hecho contaba el relato, decía: “entre los tres había un
joven; al hacerse efectivo el ajusticiamiento las dos personas mayores por su
peso murieron en el acto, pero el joven no murió y estuvo durante más de diez
minutos colgado y luchando atrozmente entre la vida y la muerte, hasta que
murió”. Al final el grito implacable y
contundente del que relató el hecho: “Donde estaba Dios”. Yo, el que ahora esto
escribo, se que estaba, pero no sé en qué forma: ni dónde, ni cómo, ni cuándo,
ni con quién. Este es el gran enigma y me interrogo ¿Dios se esconde de la
realidad? ¿Dios vive en otra onda? ¿Dios tiene una forma de amar extraña? ¿Dios
nos lo pone difícil? ¿Dios juega con nosotros? Yo después de muchos horas,
meses y años intentando descubrir el porqué del dolor llegó a la conclusión de
que la manera de proceder de Dios difiere de la nuestra; Dios está muy cerca de
nuestro dolor pero de otra forma, de hecho cuando en el dolor nos unimos a Él
descubrimos su presencia, no una presencia física, pero sí una presencia
espiritual que edifica nuestros sentidos, que nos estimula, que nos alienta,
que nos da paz y sosiego. Yo he vivido de cerca y junto a muchas personas el
drama del dolor y siempre he visto al lado un Dios presente y activo, un Dios
que nos llena de esperanza, un Dios que nos fortalece, un Dios que nos descubre
en cada momento la luz en el oscuro horizonte de nuestra pena. En ese momento
terrible en el que el joven se debatía entre la vida y la muerte, colgado,
Dios, estoy casi seguro, estaba dando esperanza a ese cuerpo que se debatía entre
el cielo y la tierra; Dios estaba preparando su alma para llevárselo al Cielo directamente, y allí tenerlo junto a Él para
toda la eternidad. El fin para ese joven no fue la cruda realidad de una muerte
atormentada, sino la divina infinitud de una vida para siempre. Aquí puede
estar la resolución de un enigma difícil. Si se aceptas la fe, en el cada día
habrá menos incógnitas y más soluciones. Dios sabe más.
Publicada
en “Cartas al Director, Tu voz en la red” Digital 28 de enero de 2014
Publicada
en Diario JAÉN 12 febrero de 2014