96  Historia de un Belén

Y a Dios se le ocurrió una idea un tanto insólita, parece como si Él quisiera cambiar bruscamente el curso de la historia y para ello dejó a un lado el protocolo de lo divino y planeó algo un tanto imprevisible. Abandonó el trono de  la realeza, la divinidad de la estirpe soberana y se fue a Belén y allí preparó  el acontecimiento más trascendente de la historia del mundo, pero lo hizo con grandes dotes de originalidad. Aunque más bien cualquiera podría pensar otra cosa.   
Cualquiera podría pensar que a Dios se le había olvidado que tenía que nacer su Hijo, y la improvisación trajo consigo que todo fuera una chapuza, una chapuza y de las gordas, una chapuza imperdonable: no había posada, no había habitación, no había un rincón digno, sólo quedó para Jesús y María un establo miserable y frío.


Belén Navideño
Y cualquiera podría pensar que Dios, además, en el colmo de los despistes ya antes no había caído en la cuenta de que María estaba embarazada, y por ello, en tal estado, tuvo que hacer un viaje lleno de incomodidades para dirigirse a Belén...
Un ángel, en el cielo se da cuenta de lo acontecido y presuroso baja a la  tierra; no avisa a su Dios, pues lo de la tierra es urgente, lo que allí sucede le hace precipitarse para llegar a tiempo y contemplar de cerca tan magna escena; en el camino piensa en el reproche de su Dios, cuando vuelva, ¡Porque! Se había ido sin credenciales, se fue sin permiso. Pero Dios que se da cuenta de la jugada del Ángel le envía un mensaje; el mensaje consiste en que avise a los pastores del nacimiento de su Hijo predilecto. Y con la rápida fugacidad del vuelo de un ángel, nuestro Ángel llega a la tierra y antes de nada se apresura a contemplar el espectáculo de Belén, allí es inenarrable el emotivo y cariñoso encuentro con María y José, él  quiere justificar a su Dios,  y explicar su imprevisible acción; pero ni la explica, ni  la aclara, porque  no entiende; queda sobrecogido porque no entiende absolutamente nada; esta absorto por lo acontecido, esta sorprendido...
Y va en busca de los pastores, para cumplir el divino mandato y para que alguien dé calor a este acontecimiento tan grandioso como, aparentemente, triste; el desaliento invadió a aquel puro espíritu angelical, no podía creerlo; a los pastores les pediría, más bien les rogaría que les llevaran algo, les explicaría que el Mesías había nacido y que lo había hecho en un establo inmundo. Y el ángel pensó: ¿pero, cómo les explico a estos pastores el "desprecio" de Dios hacia este acontecimiento? ¿Cómo explico  el abandono de Dios que deja a su Hijo en un  pesebre?
¡Mientras pensaba!: Recogido en el dolor por la inexplicable ausencia de algún signo de realeza en Belén, se encuentra ya junto a los pastores y a la hora de explicar comprueba la visible pobreza en que estaban, el frío que debían tener en aquella gélida noche; el ángel comprueba - también- su desnudez absoluta de todo signo de poder, de riqueza, de comodidad y de que sin embargo están con agrado, que sin nada son felices: ríen, están alegres, disfrutan de la paz del espíritu; detecta que gozan, que aman, que viven... y al punto,  sin más explicación, él entiende, ya entiende algo, ¡ya va entendiendo lo  increíble del  plan "inaudito"  de Dios! Pero para comprobarlo de una manera más convincente vuela, vuela veloz, a ver como es la noche en la casa de los ricos, de los poderosos, de los nobles; y de ventana en ventana se adentra en los aposentos de los acomodados, y los ve fríos: fríos de espíritu, con un dormir físicamente confortable pero inquietos, con desasosiego interior; los ve  faltos: de paz, de cariño, de amor; los ve desunidos, llenos de pobreza interior.
Es entonces cuando entiende, entiende y saborea la sabiduría de Dios. Y, de  nuevo, vuelve a los pastores, ellos son los elegidos, no por casualidad, sino porque ellos son: los dichosos, los felices, los predilectos; y entiende el misterio de Belén y la pobreza del portal y el frío y la incomodidad; es entonces cuando él, rebosante de dicha, lanzó a los pastores esa frase testamentaria -resumen del mejor tratado de teología- que recorrerá los tiempos y la historia: "Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad".
Y mientras esto escribo me viene el susurro interior de  alguien que me dice: ¡Y los  Reyes Magos! ¿qué papel juegan en este marco de pobreza, frío y desamparo? ¿Cómo ellos que están dotados de sabiduría, nobleza, poder y riqueza forman parte de esta historia? Según este  relato: ¿No sobran?  ¡ Aquí  hay algo que no encaja!
En principio no supe cómo responder a ese alguien, que indiscutiblemente conocía la evangélica trama de los acontecimientos. Aunque sabía que contestar, al no saber cómo, momentáneamente me "atasqué", hasta que de nuevo cogí la pluma y escribí: los  Reyes o los Magos, estos seres que se describen en el evangelio no dormían plácidamente en sus mansiones mientras  Dios nacía en la tierra; ellos recibieron un confuso mensaje de que algo grande ocurriría y abandonaron su comodidad, su ocupación habitual; para, superando inconvenientes y tras una marcha llena de penalidades y peripecias desconcertantes, encontrarse con su Dios, Ellos pusieron  su sabiduría y su riqueza al servicio de la verdad, del bien, del amor....
En esta historia grandiosa: nada ni nadie sobra, el que sobra está durmiendo, apoltronado en su cálida comodidad, pero ese aquí no aparece.
Esto que cuento: no es un mensaje gratuito, imaginario; es un mensaje divino, contactado durante siglos por la fuerza de  los acontecimientos: ¡Dios  sabe más!


Publicado en Diario LA LOMA  22 -  1 - 1999