94 Comprometidos
con 1999
Con la noche del día 31, hemos ya cerrado el telón del
último día de 1998. Cuando por la mañana la luz del nuevo año se aposentó sobre
nuestra tierra, con el señorío y la majestad con la que lo hace cada amanecer,
y desplegó su genuina hermosura ya era 1999. El último aliento de lo pasado abrió la puerta a un nuevo
esplendor, un esplendor con el que, al fin, culminará, en diciembre, el segundo
milenio.
Un nuevo año, es un espacio nuevo que se nos abre a la
esperanza, a la ilusión, al entusiasmo, a la belleza, al amor... Todo brilla
cuando se descubre la novedad de un acontecimiento; y esto nos sucede ahora,
aquí todo brilla, pero el brillo
ilusionado del comienzo, como cada año, da paso a la cotidianidad y es en esa
cotidianidad donde adquirirán relieve nuestras
vidas.
El tiempo es un
tesoro que recobrará su dimensión adecuada en la eternidad; al agigantado paso
de los milenios o al paso cansino de los segundos, todo al fin pasa. Y llegará
el día en que lo transitorio se transforme en eterno y en esa Eternidad
resplandecerán nuestras vidas, como el oro puro brilla ante la presencia
de la luz. Allí no habrá escoria, ni
desaliento, ni desasosiego..., allí al calor de Dios brillarán nuestras vidas.
¡Ese será el auténtico nuevo amanecer!
Ya, una vez que hemos descubierto, por un momento, los entresijos de ese
"cielo nuevo" del que nos habla
el evangelio, bajemos al festín peculiar que en la noche del 31 de
diciembre hemos celebrado, es este el festín que debe servir de poderoso
homenaje a la familia: a los abuelos que han sabido crear, en muchos casos,
zagas numerosas, estables y felices; a los padres que procuramos mantener firme
la antorcha de la virtud en estos hogares, de hoy, tan proclives a rupturas
tristes y desesperanzadoras, y que queremos dar un aire de cariño y de amor a
los nuestros; y, por último, a nuestros hijos, ellos son el porque más emotivo de nuestra existencia, ellos son:
la sal, el condimento insustituible, la razón fundamental de nuestras vidas; ellos
son: ¡Cómo no! el motor que nos impulsa, la luz -luminosa luz- que nos hace
verlo todo de un modo muy especial.
Acabo no sin antes animarme a mí y animaros a vosotros a
que cojamos el tren del nuevo año y con
él cojamos velozmente el "ave" del progreso, y que lo hagamos con
optimismo y con espíritu solidario y comprometido. Llenar la vida de bondad es
un logro muy especial, que al fin nos llenará de paz.
Para todos los ciudadanos de esta Andalucía nuestra, en la
que compartimos, experimentamos y vivimos tantos acontecimientos que nos asombran,
porque llevan el sabor de lo entrañable, este primer abrazo, en este nuevo
1999. Un abrazo porque este año, que ya ha llegado, viene con una luz, una luz
muy especial, es la luz brillante de tu esperanza, de nuestra esperanza: de la
esperanza compartida de todos.
Publicado en Diario JAÉN 7 -
1 - 1999