Me viene con fuerza a la mente el recuerdo de unos años en los que en España sucedieron acontecimientos
trascendentes, de eso hace ya veinticinco
años. Franco era presionado por todo el mundo para que dejara la
potestad, el gobierno, el "trono". Un trono que no era de la realeza:
monárquico, pero era un trono de un poder
implacable, ganado en el campo de batalla y sostenido después por la
fuerza arrolladora de los
acontecimientos.
En estos años: prósperos, esperanzadores, llenos de
zozobra, de intentos para democratizar España; llegó la hora de Dios y bajo la
contundencia de su poder quedó destronado el, en ocasiones controvertido, Jefe
de todo un Estado: el rasero de la muerte no entiende de poderíos temporales,
ni de Reyes, ni de Jefes, ni de riquezas.
¿Y después? Después empezó para España el periodo de la
transición, período lleno de incógnitas, de interrogantes, de desafíos y de
esperanzas. De esperanzas en que todo, absolutamente todo, trajera la paz, la
concordia y la prosperidad; y que el obligado cambio no viniera cargado de
desordenes, caos y desunión.
En aquella época, yo, era un joven universitario y junto a
otros: universitarios y bachilleres
empezamos a organizar: charlas, tertulias, meditaciones, encuentros culturales,
etcétera.
¿Y qué nos interesaba a los que frecuentábamos estas
actividades? Nos interesaba la sociedad, la enseñanza, la ética, el ser humano,
la vida con sus interrogantes... ¡Y nos interesaba: Dios! Un Dios que,
entendíamos nosotros, tenía que aunar con perfección todo lo humano y lo
divino. Un sacerdote don Juan Cabrero, que ya disfruta de la presencia de ese Dios: Sr. y dueño de todas las perfecciones, con frecuencia nos hablaba y lo
hacía con fuerza y con garra. Y nos hablaba de Dios y del hombre, en una
sintonía perfecta y con un efecto arrollador. Nos hacía entender que Dios no
nos separa del hombre, sino que nos
funde con él: en una entrañable piña de
amor. En otros casos eran tertulias o charlas organizadas por laicos, a
esas tertulias y charlas de, evidente, alto nivel cultural y moral acudíamos
para que nuestras inteligencias: jóvenes y apasionadas entonces,
"absorbieran" el conocimiento, con el afán inquebrantable de
aprender: de aprender para saber, de saber para ser.
Parroquia de San Eufrasio. Andujar |
De aquel entonces unos nombres: Paco, Julio, Toni,
Santiago, Paco, Juan Carlos, Eduardo, Luis Fernando y mi querido y entrañable
Paco Peña, con el que comparto, aún hoy, una amistad sincera y efectiva, llena
de la solidez inherente a un pasado fecundo.
Todos desde el trampolín de la universidad, hoy ocupamos un
digno puesto en la sociedad. Todos -cada
uno desde un lugar distinto- impregnamos de lo que aprendimos este mundo nuestro de hoy. Y todo aquello a
nosotros nos sirvió, además, para al menos embellecer: la cultura, la
sabiduría, el arte, la ciencia, etcétera. Embellecer, como digo, todo eso con
el ingrediente imprescindible de la trascendencia. Dios dejó en ese tiempo en
nosotros el sello de un estilo de vida peculiar y quedamos marcados con el
signo inequívoco de una vibrante esperanza. Esperanza que llevaba un dulce y
cautivador aroma con hondo "sabor" de Eternidad.
Publicado en Diario JAÉN 1 -
11 - 1998
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