87  Años de juventud: Andújar 

Me viene con fuerza a la mente  el recuerdo de  unos años en los  que en España sucedieron acontecimientos trascendentes, de eso hace ya veinticinco  años. Franco era presionado por todo el mundo para que dejara la potestad, el gobierno, el "trono". Un trono que no era de la realeza: monárquico, pero era un trono de un poder  implacable, ganado en el campo de batalla y sostenido después por la fuerza arrolladora  de los acontecimientos.
En estos años: prósperos, esperanzadores, llenos de zozobra, de intentos para democratizar España; llegó la hora de Dios y bajo la contundencia de su poder quedó destronado el, en ocasiones controvertido, Jefe de todo un Estado: el rasero de la muerte no entiende de poderíos temporales, ni de Reyes, ni de Jefes, ni de riquezas.
¿Y después? Después empezó para España el periodo de la transición, período lleno de incógnitas, de interrogantes, de desafíos y de esperanzas. De esperanzas en que todo, absolutamente todo, trajera la paz, la concordia y la prosperidad; y que el obligado cambio no viniera cargado de desordenes, caos y desunión.
En aquella época, yo, era un joven universitario y junto a otros: universitarios y  bachilleres empezamos a organizar: charlas, tertulias, meditaciones, encuentros culturales, etcétera.
¿Y qué nos interesaba a los que frecuentábamos estas actividades? Nos interesaba la sociedad, la enseñanza, la ética, el ser humano, la vida con sus interrogantes... ¡Y nos interesaba: Dios! Un Dios que, entendíamos nosotros, tenía que aunar con perfección todo lo humano y lo divino. Un sacerdote don Juan Cabrero, que ya disfruta de la  presencia de ese  Dios: Sr. y dueño de todas las  perfecciones, con frecuencia nos hablaba  y  lo hacía con fuerza y con garra. Y nos hablaba de Dios y del hombre, en una sintonía perfecta y con un efecto arrollador. Nos hacía entender que Dios no nos separa del hombre, sino que  nos funde con él: en una entrañable piña de  amor. En otros casos eran tertulias o charlas organizadas por laicos, a esas tertulias y charlas de, evidente, alto nivel cultural y moral acudíamos para que nuestras inteligencias: jóvenes y apasionadas entonces, "absorbieran" el conocimiento, con el afán inquebrantable de aprender: de aprender para saber, de saber para ser.
Parroquia de San Eufrasio. Andujar
De aquel entonces unos nombres: Paco, Julio, Toni, Santiago, Paco, Juan Carlos, Eduardo, Luis Fernando y mi querido y entrañable Paco Peña, con el que comparto, aún hoy, una amistad sincera y efectiva, llena de la solidez inherente a un pasado fecundo.
Todos desde el trampolín de la universidad, hoy ocupamos un digno puesto en la sociedad. Todos -cada uno desde un lugar distinto- impregnamos de lo que aprendimos  este mundo nuestro de hoy. Y todo aquello a nosotros nos sirvió, además, para al menos embellecer: la cultura, la sabiduría, el arte, la ciencia, etcétera. Embellecer, como digo, todo eso con el ingrediente imprescindible de la trascendencia. Dios dejó en ese tiempo en nosotros el sello de un estilo de vida peculiar y quedamos marcados con el signo inequívoco de una vibrante esperanza. Esperanza que llevaba un dulce y cautivador aroma con hondo "sabor" de Eternidad.


 
Publicado en Diario JAÉN    1 -  11 - 1998

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