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La “Ciudad” de los monaguillos.
En estos días Ibros
se convierte en faro, en antorcha, de mágico esplendor, y amanece cada
día con una luz diferente, nueva. Los niños son los protagonistas y el
relevante hecho, que les da especial protagonismo, es el de ser monaguillos.
He
dicho que Ibros se convierte en faro, y he dicho bien, porque los niños
--en donde estén-- son brillantes puntos luminosos, que orientan nuestras vidas
y guían a buen puerto, nuestro tantas veces caminar incierto. Los niños son
focos y antorchas que con la inocencia noble de sus infantiles
actuaciones le dan a los acontecimientos un aire muy especial
Jesús,
que es el foco luminoso principal, en un mundo que lucha: por salir de la
oscuridad, por salir de la opresión de las tinieblas, dice: "Quien a un
niño acoge, a mí me acoge". O en otro momento dice también:
"Que el que no se hace como uno de ellos no entrará en el Reino de los
Cielos."
¡Que
distinta es la filosofía del hombre a la de Dios! El -nuestro
Dios- pone en las manos del niño la llave que abre la puerta de todas las
esperanzas; el Reino de los Cielos tiene en el niño la contraseña
primordial.
De ahí que esta
Convivencia de los monaguillos en Ibros sea una fiesta, sea
un acontecimiento. Y lo es, porque allí los niños aprenden: cómo deben
acercarse al altar de Jesús, como deben esmerarse en el cuidado de las
cosas del Señor, cómo han de ser atraídos por ese caudal de amor que son
los sacramentos. Ellos deben entender que Jesús es su amigo: más querido, más
entrañablemente amado; es --ante todo-- el amigo que le ofrece
--siempre-- el rico tesoro de una sincera amistad: sin fisuras, sin
engaños.
Es
por eso por lo que en estos días Ibros vive la fiesta de los niños, la
fiesta de un futuro que será próspero, en la medida que se pongan bien
los pilares, los fundamentos, las raíces... y esto es un gran pilar, un
buen soporte, una gran obra.
Bueno es por lo tanto
felicitar a esa villa de Ibros, abierta siempre ha iniciativas inauditas,
llenas de entrañable sabor, y felicitar - como no- a su cura párroco: D. Juan,
que busca siempre, en su prolifera actividad
eclesial, la gloria de ese Dios, al que el tanto ama.
Publicado en IGLESIA En
Andalucía 8 - 1998