323 Entre los pobres y
lo enfermos de Madrid.
A veces podemos pensar que en los comienzos de una institución
tiene que haber algo importante, algo ciertamente trascendente, que sea,
pudiéramos decir, como la primera piedra; por ejemplo muchas personas, al ver
el dinamismo apostólico actual del Opus Dei se preguntan por los orígenes, sienten
curiosidad, pensando quizá que esta realidad eclesial extendida por todo el
mundo es fruto de "un diseño de marketing" por decirlo así, una
consecuencia de un plan humanamente trazado y realizado. La realidad histórica
puede resultar desconcertante para algunos e incluso para las personas con poca
fe puede ser un tanto anacrónico.
Pues los comienzos del Opus Dei fueron ricos sobre todo en
adversidades y carencias. El fundador era un sacerdote muy joven -26 años- sin
experiencia, ni medios económicos, en un país que conocería, al cabo de muy
pocos años, una terrible y fratricida guerra civil. Aquellas carencias no le asustaron
ni le inmovilizaron. Si el Opus Dei era un edificio de fines espirituales el
fundador pensó que debía poner como cimientos unos materiales que dieran
solidez; y esa solidez, en una institución espiritual, es siempre la oración y
la penitencia. La oración y el dolor intenso y constante, ofrecido a Dios, de
los pobres y enfermos de Madrid fueron: su tesoro, su riqueza y su fortaleza.
Algunos, de esos “tesoros”, fueron María Ignacia García
Escobar, la primera mujer del Opus Dei, ella era una mujer enferma,
tuberculosa, que había sido desahuciada por los médicos tras múltiples
operaciones quirúrgicas. María Ignacia a petición de San Josemaría ofreció
todos sus dolores por una intención, que incluso ella al principio desconocía.
Fui a buscar fortaleza –explicaba San Josemaría- a los barrios
más pobres de Madrid. Horas y horas por todos los lados, todos los días, a pie
de una parte a otra, entre pobres vergonzantes y pobres miserables, que no
tenían nada de nada; entre niños con los mocos en la boca, sucios, pero niños,
que quiere decir almas agradables a Dios.
A Margarita Alvarado, que trabajaba durante aquel tiempo como
auxiliar de las Damas Apostólicas, le impresionó profundamente la personalidad
del joven Sacerdote, que era entonces , capellán del Patronato de Enfermos, y
se desvivía por la atención espiritual y material de numerosas personas
necesitadas de distintos barrios de Madrid con grandes carencias, como:
Vallecas, Ventas y Tetuán de las Victorias. «Les llevaba la Sagrada Comunión
los jueves, en un coche que prestaban a doña Luz Casanova. Los otros días iba
en tranvía o andando, como pudiera». Como pudiera: “la expresión pone de
manifiesto la dificultad para llegar a aquellos barrios extremos, que más que
barrios eran poblados desperdigados de chabolas, un triste racimo de tugurios
insalubres o barracas, cuando no de covachas malolientes que rodeaba la ciudad
como una cicatriz de miseria”.
Atendía a centenares de enfermos en las famosas corralas
madrileñas, casas de vecinos relativamente céntricas, donde se hermanaban
promiscuamente la suciedad y el hacinamiento con la más triste de las miserias.
San Josemaría consumió los mejores años de su juventud en aquellos callejones
de: Latina, El Lucero, Lavapies, San Millán, Rivera del Manzanares, Bellas
Vistas, Arganzuela, Usera…
Iba en tranvía, a pie, entre el barro, el polvo, bajo la
lluvia, sorteando los reguerones de inmundicia, con los zapatos rotos,
protegiéndose las suelas agujereadas con cartones –no había para más-, haciendo
oídos sordos a las amenazas y los insultos, entre el hedor y la mugre,
adentrándose en lugares que muchas buenas gentes de Madrid no se atrevían a
pisar.
Siempre dijo que el gran tesoro del Opus Dei eran los
enfermos; y recordó que había comenzado entre los pobres y enfermos de Madrid.
Esos niños abandonados, enfermos sin esperanza médica, pobres de las barriadas extremas... pusieron la
base espiritual necesaria de un edificio espiritual que pronto se extendió por
todo el mundo.
En este
ambiente, recuerda una religiosa «Don Josemaría se ocupaba de todo, a cualquier
hora: con constancia, con dedicación, sin la menor prisa, como quien está
cumpliendo su vocación, como quien está cumpliendo –como así era- su sagrado
ministerio de amor>>.
Publicada en “Cartas al Director,
Tu voz en la red” Digital 18 de mayo de 2014
Publicada en DIARIO DE AVILA Digital 18 de mayo de 2014
Publicado en Forumlibertas.com 21 de
mayo de 2014