64 San
Josemaría y Don Álvaro del Portillo
Don
Álvaro del Portillo convivió con el fundador del Opus Dei: San Josemaría
del año 1935 hasta su marcha al cielo en
1975. Muy pronto se convirtió en
su ayuda
más firme. El 25 de junio de 1944
fue ordenado sacerdote. Desde entonces se dedicó enteramente al ministerio
pastoral, en servicio de los miembros del Opus Dei y de todas las almas. Podemos hablar de él como
de un contemplativo itinerante. Su
servicio infatigable a la Iglesia se manifestó, además, en la dedicación a los
encargos que le confirió la Santa Sede como consultor de varios Dicasterios de
la Curia Romana y, especialmente, mediante su activa participación en los
trabajos del Concilio Vaticano II.
Su amor a la Iglesia se
manifestaba por su profunda comunión con el Papa y los Obispos. Su caridad con
todos, la solicitud infatigable por todos en el Opus Dei, la humildad, la
prudencia y la fortaleza, la alegría y la sencillez, el olvido de sí, el
ardiente afán de ganar almas para Cristo, reflejado posteriormente también en
el lema episcopal —regnare Christum
volumus!—, y esto junto con la bondad, la delicadeza, la serenidad y el buen
humor que irradiaba su persona, son los rasgos fundamentales que componen el
retrato de su alma. Fue una persona de una gran belleza interior: un hombre de
Dios.
El centró toda su existencia en
llevar a la santidad a todas las personas, cualquiera que fuera su clase y
condición. Enseguida entendió el mensaje que años antes había recibido San
Josemaría. Nunca tuvo duda de su vocación, ni de cuál era su camino. La certeza
de la llamada, que él recibió, estuvo siempre presente en su vida como una luz,
fuerte e intensa, que cada día iluminó sus acciones. Y desde entonces trabajó
con intensidad, pero calladamente, con mucha humildad, escondido pero dando
vigor y fuerza a esa Obra que había nacido en Madrid en 1928.
Para poder dedicar su vida a
llevar a cabo su vocación al Opus Dei lo dejó todo: profesión, familia de
sangre, amistades, lugar de residencia …; y se empeñó en seguir con firmeza la
llamada que había recibido de Jesucristo; no vaciló nunca: ni ante la prontitud
de la llamada, ni ante el desconocimiento lógico que aún tenía del Opus Dei, ni
por el poco tiempo que llevaba con su fundador San José María, ni ante la
decisión de dejar a la familia. La luz que recibió Don Álvaro fue implacable, era un programa para toda su vida; él
entendió desde el principio que tenía que renunciar al matrimonio, a los hijos,
a la vida en familia formando un hogar cristiano; Dios decidió para él otra
cosa, otra cosa desconocida aún, ambigua, ciertamente inquietante, y exigente; muy
exigente: pues era necesaria la renuncia de todo. Don Álvaro sin embargo desde
el principio oyó la voz de Jesús que le decía: “sígueme” y con esa “ceguera” de
no saber por qué y para que, se lanzó a aquella labor apasionante pero
novedosa.
La Obra estaba sin hacer
y requería exigentemente ponerla en marcha. San Josemaría y Don Álvaro estaban en España y corría el año 1935, eran unos años
difíciles en los que la Iglesia estaba continuamente atacada: en aquel tiempo
se quemaban iglesias, conventos, lugares sagrados y colegios que tuvieran
relación con el cristianismo; mataban a los sacerdotes, a los religiosos, a las
religiosas y a muchos cristianos comprometidos; todo en un intento brutal, que era
apoyado por muchos ciudadanos, para eliminar a los cristianos; la crueldad fue
tremenda y las dificultades muy, muy grandes; fueron los comienzos de la guerra
civil española; y San Josemaría en aquellos tiempos rodeado de algunos jóvenes
entre ellos Don Álvaro tenía que hacer el Opus Dei.
Para aquel cometido
necesitaban lo que después quedaría como lema: “Dios y audacia” Dios era
imprescindible pero la audacia también. Y Dios, entre otros jóvenes, para estos
comienzos tremendamente difíciles y escabrosos eligió a estos dos “personajes”
inigualables y trascendentes para hacer su Obra y en medios de las vicisitudes
más increíbles, en medio de dificultades insospechadas comenzaron la labor,
como dijo San Josemaría años después: “no había nada, estaba todo por hacer”; sólo
había: “juventud y buen humor” y además la fortaleza de dos hombres de Dios y
de otros jóvenes que estaban también dispuestos a dar la vida por Cristo y a
comprometerse firmemente en hacer el Opus Dei. Dios dispuso que los comienzos
del Opus Dei fueran en España y además con estas terribles dificultades;
dificultades tremendas que sirvieron para: “Anclar en roca firme” el espíritu
universal del Opus Dei.
Nunca podemos olvidar
que estos fueron los comienzos; años muy, muy difíciles. En aquellos años para
emprender aquella labor se necesitaban Santos, Santos de altar, Santos de los
pies a la cabeza. Y aquí los tenemos: San Josemaría, y el que pronto el 27 sep.
será el Beato Álvaro.
Referente a Don Álvaro en este año celebramos: el día 11 de marzo el centenario de
su nacimiento: 1914; el día 23 de marzo los 20 años de su marcha al cielo: 1994;
y como hemos dicho en septiembre su beatificación; por lo tanto un año importante:
2014 para recordar en la vida de un hombre también importante
Don Álvaro del Portillo.
Publicada en “Cartas al
Director, Tu voz en la red” Digital 13
de marzo de 2014
Publicada en DIARIO DE AVILA Digital 13 de marzo de 2014
Publicado en
Forumlibertas.com 14 de marzo de 2014